Nicolás Trotta, ministro de Educación: “No es momento de calificar”.
En varias zonas del país se ha flexibilizado el aislamiento, pero aún no hay definiciones sobre el retorno a la asistencia a las escuelas. Para el ministro de Educación, la prioridad sigue siendo cuidar la salud y evitar los contagios. ¿Qué pasa con el ciclo lectivo? ¿Cómo se evalúa el conocimiento? Mirá la entrevista.
La interrupción de la asistencia a las clases ocurrió incluso antes que el decreto de la cuarentena obligatoria. La razón que obedece es la gran concentración de personas que eso significa, pero también el alto volumen de tránsito que demanda: millones de padres se movilizan en distintos tipos de transporte para llevar a sus hijos a la escuela. Según el ministro, Nicolás Trotta, la asistencia a las clases implica la movilización de casi 15 millones de personas.
Desde entonces, las clases continúan virtualmente como se puede. Mejor dicho, como la desigualdad impone. En el contexto de un país con 40% de pobreza, sería ingenuo pensar que todos los estudiantes pueden tener el mismo tipo de acceso a las herramientas y medios virtuales que se implementaron.
Otra sería la historia si el gobierno de Cambiemos no hubiese desarticulado los planes CONECTAR y los canales infantiles educativos. No es una solución definitiva, pero se hubiesen consolidado más herramientas que busquen equidad. Por el contrario, la desigualdad creció.
Aunque permanece como un problema secundario por el momento, la calidad educativa sufrirá deterioros por razones de fuerza mayor. Es algo que el propio ministro ha reconocido y en función de ello ha manifestado la necesidad de que esto se contemple para el diseño de las próximas estrategias y políticas educativas.
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Es cierto, con planificación seria y sostenida la educación puede recuperar lo que temporalmente se ve imposibilitada de hacer ahora. Aunque no lo expresa explícitamente, adhiere a la comparación del presidente: la educación se recupera, una vida no.
Docentes, padres y estudiantes se encuentran en medio de esfuerzos monumentales por sostener la continuidad pedagógica; que no se interrumpa, en la medida de lo posible, el vínculo y el hábito de aprender y formarse.
Sin embargo, no es lo mismo. Claro que no es lo mismo y no tiene por qué serlo. Nadie estuvo preparado para semejante cambio: ni padres, ni docentes, ni estudiantes, ni el estado.
¿Qué pasa entonces con este ciclo lectivo? ¿Pasarán de año, no pasarán de año? ¿Cómo asegurarme de que mis hijos están aprendiendo los contenidos? Estas preguntas son producto del paradigma del sistema de evaluación y de acreditación: pasaste de año, te graduaste, aprobaste la prueba.
"Si hoy ponemos una nota, no estamos calificando el aprendizaje del niño o la niña. Lo que estamos calificando son sus condicones sociofamiliares", Nicolás Trotta.
No es que esté mal, pero quizás la situación empuja a pensar las diferencias entre educación y sistema de acreditación.
La educación es un proceso y como tal puede darse de múltiples maneras. El estado lo asume a través de las instituciones educativas, pero incluso ellas tampoco son necesarias para el proceso de educación. Escuela y educación no son lo mismo. De hecho, las escuelas cumplen varias funciones más aparte de garantizar el proceso educativo.
El sistema de acreditación está fuertemente ligado a la idea de evaluación: una instancia física y temporal en la que hay que probar el saber. En los paradigmas tradicionales, el saber está ligado al contenido. Es decir, lo que hay que probar es que conozco los contenidos: las definiciones de biología, las fechas de la historia, las fórmulas de física.
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Ahora bien, educar tampoco es, propiamente hablando, sólo incorporar contenidos. Eventualmente, todos nos olvidaremos de las fórmulas y de las fechas. ¿Qué es lo que queda y qué es lo que se desarrollan? Capacidades.
En un contexto tan inusual como este, exigir el desarrollo de las capacidades puntuales del aprendizaje de los contenidos es exigir demasiado. ¿De qué van a servir las evaluaciones tradicionales? De nada. Mostrarán lo obvio y lo que ya se sabe: que probablemente no se haya podido aprender lo que se planificó a principios de año. Y es obvio. ¿Quién podría?
La función de la escuela virtual hoy es más importante en cuanto puede funcionar como un sostén psicológico y como un disparador para desarrollar otras capacidades que son necesarias en este contexto, que como un sistema para incorporar contenidos.
Habrá otros momentos para poner notas.