Nisman: El hombre que encubrió 30 años un crimen
Muchos años antes de ser titular de la UFI Amia, el malogrado fiscal, impulsor de la Causa Memorándum, trabajó como secretario en el Juzgado Federal de Morón. Y allí tuvo una decisiva participación para garantizarle 30 años de impunidad a dos militares autores de crímenes aberrantes. Un valiente testimonio durante el juicio lograría derrotar el pacto de silencio urdido entre personal del Ejército Argentino y aquel entusiasta secretario penal que hacía sus primeras experiencias en la Justicia.
César Luis Quiroga tenía sólo 23 años. Hacía cuatro que había entrado al Ejército. Nunca pensó que tendría que vivir lo que vivió.
Era una fría mañana de agosto de 1990. Habían pasado 20 meses del copamiento del Regimiento de La Tablada. Y ahí estaba él, declarando lo que vivió ese 23 de enero de 1989, en lo que fue la última acción armada de la guerrilla argentina.
El resultado de aquello, ya lo conocemos. 32 guerrilleros muertos, 11 militares y policías abatidos. Dos civiles asesinados. Centenares de heridos. Un juicio que terminó con 13 prisiones o reclusiones perpetuas y cinco penas altísimas. Luego un segundo juicio para el jefe de aquel ataque, Enrique Gorriarán Merlo, condenado a perpetua y luego indultado por Eduardo Duhalde cinco días antes de entregarle la banda presidencial a Néstor Kirchner.
Pero de aquella tragedia llamada Tablada habían quedado severas heridas. Las más importantes: el destino de los combatientes hasta el día de hoy desaparecidos, entre ellos, José Alejandro Díaz, alias "Maradona" e Iván Ruiz.
Esa inexplicable herida terminó de ser cerrada el 15 de mayo de 2019, cuando el Tribunal Oral Federal de San Martín bajó el martillo y decidió condenar a prisión perpetua al general de brigada Alfredo Manuel Arrillaga (hoy de 88 años), al hallarlo coautor penalmente responsable del delito de homicidio agravado por alevosía.
Para vergüenza de la justicia argentina, esta sentencia llegó 30 años, 6 meses, 3 semanas y dos días después de los hechos que la causaron. 11.161 días sin justicia. Entre medio no hubo leyes de punto final, ni amnistías, ni obediencia debida, ni ninguna de las limitantes políticas que se interpusieron con la verdad histórica en el caso de los crímenes de la dictadura. Aquí fue simplemente la corrupción y la complicidad judicial los que se interpusieron, y casi dejan impune este crimen aberrante. Ya veremos cómo fue.
Para conocer lo sucedido, quizás lo mejor es apegarse a la fijación de los hechos que aparecen en la sentencia que condenó al general Arrillaga. En líneas generales sostiene esta secuencia:
- El contexto de los hechos fue el copamiento del Regimiento de Infantería Mecanizada III de La Tablada, en La Matanza, perpetrado por militantes del Movimiento Todos por la Patria, bajo el comando de Enrique Gorriarán Merlo. Eso ocurrió el 23 de enero de 1989 por la mañana.
- Esa misma tarde, luego de que se incendiara la guardia de prevención del Regimiento, José "Maradona" Díaz fue identificado como incursor ilegítimo por parte de personal del Ejército Argentino. Eso ocurrió luego de que Díaz escapara de un edificio en llamas que había sido alcanzado por el fuego de un tanque.
- Junto a su compañero, visiblemente heridos y desarmados, lograron saltar por una ventana del edificio que se incendiaba. El primero caminó unos metros, y se colocó de rodillas con las manos en la nuca, en señal de rendición. Fue detenido por personal armado del Ejército Argentino.
- Ambos atacantes fueron tomados prisioneros y trasladados a punta de pistola hacia el interior del cuartel. Allí fueron sometidos a un duro interrogatorio y subidos a un vehículo Ford Falcon conducido por miembros de la referida institución, momento a partir del cual no se supo más de ellos.
El expediente es claro en los puntos siguientes donde se relata el destino de ambos hombres. Cito textual.
- No había posibilidades de que fugaran, por existir un cerco perimetral cerrado al momento en que fueron detenidos.
- Personal del Ejército Argentino pretendió ocultar la detención, el interrogatorio y la desaparición.
- Fueron ejecutados por personal del Ejército Argentino.
Las pruebas sobre estos episodios resultaron abundantes. Testimoniales, documentales. Y la más importante, el increíble registro fotográfico que, a unos 100 metros del lugar, y con teleobjetivos a prueba de balas, logró Eduardo Longoni.
Las imágenes que obtuvo este fotógrafo desde una terraza cercana sirvieron para acreditar que tanto Díaz como su compañero Ruiz salieron con vida de ese edificio en llamas. También, que ambos estaban heridos, pero que podían movilizarse. Y lo más importante: que los dos se rindieron ante los soldados que los apuntaban y que no ofrecieron ninguna resistencia.
Pero después de aquella luctuosa jornada, nunca más se supo de ellos.
Durante años la Justicia los consideró prófugos, alimentando la "cómoda" versión de que habían logrado escapar.
Y esa explicación, absurda por donde se la mire, logró imponerse gracias a la versión que el ahora condenado Arrillaga y su subordinado, Jorge Varando (ya fallecido) lograron instalar. Que ambos detenidos fueron puestos bajo custodia de un enfermero, el sargento Raúl Esquivel. Y que horas más tarde, los prisioneros mataron a Esquivel y se dieron a la fuga para nunca más saber de ellos.
Para imponer esta versión de los hechos, tanto Arrillaga como Varando contaron con todo el aparato jurídico y político del Ejército. Y se encargaron de los detalles, para que ninguna declaración los desmintiera.
Esquivel no podría negarlo. Los muertos no hablan. El único cabo suelto que quedaba en aquel momento en que la causa era instruida por el exjuez de Morón, Gerardo Larrambebere, era el muchachito del Ejército que había conducido la ambulancia.
Sobre el episodio, los militares declarantes habían dicho que el ambulanciero Quiroga había sido el encargado de trasladar a ambos prisioneros -"Maradona" Díaz e Iván Ruiz- y llevarlos en el vehículo hasta ponerlos bajo custodia del malogrado Esquivel. Ahora faltaba que Quiroga ratificara esa mentira en sede judicial, y caso cerrado.
Y entonces, ahí estaba ese muchacho de 23 años, atemorizado, ante el secretario del juez, que le tomaba declaraciones en una de esas grises Olivetti que martillaban sobre las hojas en las dependencias judiciales.
Ni bien terminada la declaración, Quiroga -el ambulanciero- se sintió aliviado, y aguardó tranquilo, mientras el secretario de traje le leía su propia declaración para firmarla. Pero pasó algo.
"El secretario del juez Larrambebere, leyó hasta que llega a una parte que yo no había dicho. En ese momento, el oficial auditor me separó a un costado, no recuerdo a qué lugar", contó veintiocho años más tarde Quiroga frente a un tribunal Oral.
"Me separa y me dice que es un trámite que hay que hacer por si en algún momento alguien reclama algo y hay que hacerlo y firmar por la institución. No sabía qué hacer, era un pibe y firmé", contó Quiroga, ante tres jueces que no podían dejar de percibir el dolor que llevaba intrínseca esa revelación.
Quiroga continuó: "Hace 30 años que llevo esa mochila encima, porque hay cosas que escribieron y que no pasó. Me engancharon ahí porque tuve movimiento dentro del cuartel. Me hicieron declarar por eso", relató resignado.
Acá hacemos una pausa, porque es necesario que entiendas lo que pasaba en ese momento. Era la investigación de una causa terrible: 43 fallecidos. El intento de copamiento de una unidad militar. Gente detenida y en proceso de ser juzgada. Pero también la tremenda realidad de los desaparecidos. Desaparecidos en plena democracia. Desaparecidos por el Ejército.
Y en ese marco tan simbólico y tan real, un oscuro secretario de un juzgado de instrucción acababa de escribir una declaración testimonial en la cual aparecían datos que no tenían absolutamente nada que ver con lo que había declarado el testigo. Un secretario que había inventado esa declaración. Un secretario decididamente cómplice.
¿Quién era ese muchacho de traje que acababa de torcer una declaración y dejarla estampada en un expediente, sólo con el fin de garantizar la impunidad de los autores de un horrendo crimen y desaparición? Ese oscuro secretario tenía nombre y apellido: se llamaba Natalio Alberto Nisman.
¿Y qué escribió Nisman en esa declaración? Le hizo decir a Quiroga cosas que nunca dijo. "Lo que pusieron ahí es que me encontré con un Mayor Varando. Eso es mentira. No sé quién es. No transporté ningún subversivo. No conocía a Esquivel ni me lo crucé".
Si el escrito sobre la declaración de Quiroga, brindada en 1990, hubiera consignado esto último, tal como lo declaró ante Nisman, el devenir de esa investigación hubiera sido otro. Se hubiera caído la coartada de los asesinos. Y probablemente Varando y Arrillaga hubieran pasado el resto de sus días en prisión, como sucederá con el segundo de ellos, porque Varando ya está muerto.
Tan precavido fue Nisman para cumplir al detalle el plan de encubrimiento en favor del militar que ahora está sentenciado a perpetua, que se tomó el trabajo de entregarle una copia al declarante Quiroga, con una indicación muy sencilla: "Solo me dijeron que conservara esas hojas y que las leyera, por si me llamaban alguna otra vez a declarar".
Nisman sabía perfectamente lo que había hecho. Y eso quedó demostrado veintidós años más tarde, en 2012, cuando fue entrevistado por los periodistas Pablo Waisberg y Felipe Celesia. En la entrevista, de la que se conserva el audio, un Nisman bastante sobrador y "canchero", intenta revolver los recuerdos de aquella "hazaña" de sus épocas como secretario del Juzgado Federal de Morón.
NISMAN: —Acordamos con el juez que lo que correspondía era hacer todo el recorrido con las personas identificadas que sacaban a estos dos tipos (Díaz y Ruiz), que después no aparecieron, y empezar a preguntar. Por lo que recuerdo terminó en una persona que no recuerdo su nombre…
PERIODISTA. —¿El Mayor Varando?
NISMAN: —No, Varando no fue, porque al último que se lo entregan, según las declaraciones de los militares, fue un tipo que murió. Había fallecido en combate. Con lo cual ¿cómo hacíamos para preguntarle? Era un sargento ayudante… Esquivel, creo que era Esquivel. No había alternativa de prosecución de la investigación.
Caso cerrado. Nisman aún presumía de su astucia, 22 años después, cuando él mismo había sido el encargado de distorsionar una declaración clave para garantizarles tranquilidad a los asesinos.
Sin embargo, los cultores de la impunidad no contaron con la entereza y la paciencia que guardaría Quiroga durante esos 30 años de silencio. No pensaron que cuando finalmente se llevaran estos episodios a juicio, este Quiroga adulto, ya retirado del ejército, con 54 años, se animaría a mirar a los ojos a los jueces para gritar su verdad.
"Cabe hacer un alto aquí y poner de resalto los dichos de César Luis Quiroga durante el debate", señala la sentencia. "Su lenguaje corporal, que puede ser observado en las grabaciones del juicio, da cuenta de un hombre que verdaderamente 'se saca un peso de su espalda' al declarar que fue presionado durante la instrucción", escribieron los magistrados.
Finalmente, el 15 de mayo de 2019, los jueces Matías Mancini, Alejandro de Korverz y Esteban Rodríguez Eggers firmaron la demorada condena.
Arrillaga, de 88 años, deberá pasar el resto de su vida en prisión, aunque con el beneficio de que sea domiciliaria, al menos hasta que la condena esté firme.
A Varando, la muerte lo salvó de la prisión, pero no de la verdad histórica.
Quiroga, logró sacarse de encima el peso de una firma sobre algo que él no declaró, con la satisfacción de finalmente haber aportado a que se conozca la verdad histórica de lo sucedido.
Y sobre Díaz, José Alejandro "Maradona" Díaz, la justicia finalmente le puso nombre a lo que ocurrió con él: si bien su cuerpo nunca fue hallado, hay certeza de que fue torturado y salvajemente asesinado en total indefensión por gente del Ejército Argentino, bajo el mando del general Alfredo Manuel Arrillaga, quien permaneció 30 años impune, gracias a la gentil labor de un tal Natalio Alberto Nisman.