No es persecución: el espionaje es delito.
Ante la evidencia de la complicidad entre la banda de espionaje ilegal con Luis Majúl en el armado de operaciones políticas a través de su programa, ciertas organizaciones como FOPEA o periodistas como Alfredo Leuco, salieron a defender al conductor de La Cornisa.
Como siempre, intentan confundir y se enredan en interpretaciones sin pies ni cabeza. Intentan transformar la denuncia de un delito en un ataque a la libertad de expresión. En el peor de los casos, en un escrache. Siempre ha funcionado convertirse en víctimas.
La libertad de expresión forma parte de uno de los tantos comodines, como la democracia, como la propiedad privada (por citar algunos ejemplos que fueron puestos en práctica durante estos días), que invocan los que no tienen argumentos cuando intentan defender lo indefendible.
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No es que no sean importantes, al contrario. Pero son valores de dos caras muy peligrosas: por un lado, son lo suficientemente importantes como para que se deban defender siempre; por otro, y quizás en virtud de esa importancia, son realmente poco comprendidos, al punto que cualquier cosa puede fácilmente transformarse en un supuesto ataque contra esos conceptos.
Se verá que en la mayoría de los casos se ignoran las pruebas, se desconocen las circunstancias y se habla muy generalmente apelando a la pureza de los valores con mucha pasión.
¿Por qué no intentan probar lo contrario de lo que se denuncia, en vez de caer en estas bajezas sin fundamentos, en esos lugares comunes ya gastados?
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La libertad de expresión es una institución sagrada para la democracia. ¿Alguien puede explicar cómo es que la libertad de expresión está en riesgo cuando ocurre una denuncia de un delito con evidencias?
Que Majúl y los paladines de la libertad de expresión denuncien persecución es semejante a que los integrantes de la banda espía ilegal, hoy todos detenidos, denuncien persecución. Los servicios de inteligencia trabajaban para él y él trabajaba para los jefes de esa banda.